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La salud ha ganado un lugar destacado en el arsenal de armas arrojadizas que se utilizan en la arena política de EE.UU., más salvaje que nunca. Una neumonía convencional de Hillary Clinton en 2016, a dos meses de las elecciones, llevó a los republicanos y a sus comentaristas afines a pintarla como una candidata moribunda. Los demócratas agitaron durante años la posibilidad de que Donald Trump es un desequilibrado mental para forzar su expulsión por la 25ª enmienda de la Constitución. La capacidad física y cognitiva de Joe Biden -el presidente más anciano de la historia de EE.UU.- fue parte central de la campaña de 2020 y lo será en la de su reelección el año que viene. El caso John Fetterman , ingresado esta semana por depresión, va más allá. Sufrió un infarto en mayo del año pasado, pocos días antes de que se celebraban las primarias demócratas para el puesto de senador por Pensilvania. Su equipo se cerró en banda sobre su estado y Fetterman ganó. Es un tipo carismático que buscó reconquistar a la clase media que se marchó con el ‘trumpismo’ desde la imagen -sudadera con capucha, tatuajes, perilla abultada, pantalón corto- y desde el mensaje, centrado en lo económico. Semanas después de la victoria en primarias, no se pudo ocultar lo evidente: Fetterman sufría secuelas claras del infarto. Las más preocupantes para una campaña: tenía problemas para hablar y para comprender lo que le decían. Tenía enfrente a un rival duro en la elección de noviembre -Mehmet Oz, apoyado por Trump- y Fetterman evitó la exposición al máximo. En la recta final de la campaña, se vio forzado a conceder entrevistas -le tenían que transcribir las preguntas- y a verse con Oz en un debate, donde esas secuelas quedaron patentes para todos los votantes. Los republicanos y algunos opinadores le calificaron de incapaz para el cargo, algunos con mofa. Con todo, Fetterman ganó la elección. Fue algo decisivo para los demócratas -les permitió asegurar su mayoría exigua en el Senado – y para quienes defienden que se puede tener una vida completa con esas secuelas. En los últimas días, su salud ha vuelto a ser noticia. El viernes pasado, ingresó en un hospital de Washington por mareos. Los republicanos volvieron a la carga. Donald Trump Jr., el hijo mayor del expresidente, le calificó este jueves de « senador vegetal ». Ese mismo día, se conoció que Fetterman había vuelto a ingresar en el hospital por depresión. Su jefe de Gabinete anunció el ingreso y reconoció que el senador había tenido periodos de depresión en algunas partes de su vida. Los estudios muestran que los supervivientes de infartos son más propensos a sufrirla. Los problemas de salud mental han sido un tabú en política durante décadas. El episodio central fue en la campaña presidencial del 1972. El senador Thomas Eagleton , candidato demócrata a la vicepresidencia con George McGovern, fue forzado a abandonar la campaña tras reconocer que había sido hospitalizado tres veces por depresión. Eso ha cambiado. En el entorno laboral -y también en política – de EE.UU. cada vez es más habitual hablar de forma abierta de los problemas de salud mental. Legisladores como el diputado Rubén Gallego -que ha reconocido sus problemas de estrés post-traumático tras su servicio militar en Irak- o la senadora Tina Smith -que ha compartido de forma abierta sus problemas de depresión-, corrieron a celebrar que Fetterman no ocultara su ingreso. «Pedir ayuda cuando la necesitas es un signo de fortaleza, no de debilidad, y es algo que John está demostrando para todos nosotros», dijo Smith en Twitter.
