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Las victorias de la izquierda en las elecciones presidenciales latinoamericanas celebradas en el último par de años hacían prever una mayor unidad de acción regional. Los seis principales países –Brasil, México, Argentina, Colombia, Chile y Perú– podían marcar la agenda y lograr que el resto, incluidos gobiernos de derecha, tuvieran que sumarse a las unanimidades. Pero en realidad la mayor parte de esa «nueva izquierda» no busca consensos, sino la imposición ideológica, a costa de romper organizaciones regionales y de fracturar políticamente sus propias naciones. La negativa del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, a pasar la presidencia ‘pro tempore’ de la Alianza del Pacífico a Perú, porque no reconoce a la presidenta peruana, Dina Boluarte, pone en una difícil situación a una organización que hasta la llegada de AMLO al poder había funcionado de modo ejemplar. A diferencia del politizado Mercosur, la Alianza del Pacífico permitía presentar una alternativa de países que realmente coordinaban sus esfuerzos de economías abiertas (México, Colombia, Perú y Chile). Pero AMLO insiste en considerar un golpe de Estado la remoción de Pedro Castillo como presidente peruano y está intentando que otros gobiernos afines revaliden esa posición: ni siquiera ya le sirve la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que acaba de revitalizarse con su impulso y el de Lula da Silva, sino que ahora quiere reactivar el pacto de gobiernos de izquierda del llamado Grupo de Río, otro subgrupo en el que atrincherarse. Noticias Relacionadas estandar No Buenos Aires, escenario de la crispación social contra los gobiernos de la región Guadalupe Piñeiro Michel estandar No El regreso de Brasil reactiva la Celac, pero no garantiza consensos regionales Emili J. Blasco Por su parte, Gustavo Petro acaba de cumplir medio año en la presidencia colombiana rompiendo la baraja. En lugar de aceptar que ganó con solo el 50,4% de los votos y que gobernar para todos los colombianos, como dijo ser su intención, le obliga a tener que consensuar parlamentariamente sus pretendidas reformas, como la de la Sanidad, Petro ha pedido a sus seguidores que salgan a la calle para imponer su criterio. La complicada perspectiva económica y la falta de una mayoría más amplia aconsejan pragmatismo a cualquier mandatario, pero el presidente colombiano está dando muestras de buscar la confrontación, perjudicando las instituciones del país y acentuando la polarización. Papel de Lula Hacia algo parecido parece dirigirse Lula en Brasil, aunque en su caso aún es pronto para certificar la dirección que tomará. Lula también ganó por la mínima, con el 50,9% de los votos, y para formar gobierno ha necesitado sumar casi una decena de partidos políticos, repartiendo ministerios entre sus dirigentes. Sin embargo, en lugar de construir sobre esa base más amplia, las últimas semanas está recurriendo en exceso al Partido de los Trabajadores, dejándose llevar aparentemente por el ánimo de revancha en su regreso al poder. El único presidente de izquierda que va en la dirección opuesta es Gabriel Boric. Necesitado de apoyos en el Parlamento, Boric ha intentado ampliar su base abriéndose hacia el centroizquierda, sin fáciles apelaciones a la calle. Es posible que su alta impopularidad le detenga de soluciones más personalistas y unilaterales, pero la defensa que Boric está haciendo de las instituciones muestra el valor de la democracia chilena. Por otra parte, Boric ha sido el único presidente de gran país latinoamericano en criticar sin ningún tipo de ambigüedad las últimas decisiones del régimen de Ortega en Nicaragua (en el caso de Perú, ya advirtió que Castillo fue quien quiso dar un golpe, apreciación compartida por Lula). Mientras, López Obrador ha aparecido esta semana abrazando y condecorando al presidente cubano, de quien ha alabado su «profunda humanidad», y Petro se ha reunido entre sonrisas con Nicolás Maduro, cuyos valores «democráticos» dice apreciar. Así las cosas, la fragmentación política latinoamericana está asegurada y habrá que dejar para otra ocasión cualquier intento serio de integración regional. Mientras López Obrador y Petro estimen que quienes no piensan como ellos son «fascistas» no tendrán con quién sentarse para consensuar esfuerzos de convergencia tanto nacional como internacional. Si a Bolouarte, que fue elegida en el ticket presidencial izquierdista de Pedro Castillo, la tratan con tal desdén, ¿quién se les arrimará? Perú ha caído de la posible alianza y Argentina podría descolgarse si el peronismo pierde las elecciones a final de año. De todos modos, conviene precisar que lo único que suele interesar a los mandatarios latinoamericanos, de un signo o de otro, es garantizar su poder nacional, en absoluto avanzar hacia entes supranacionales que les resten poder.