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Vinicius es la alegría de la huerta, el pájaro que canta a todas horas, la flor que surge en el barrizal del fútbol español. Jugador completo tan pronto le vemos defendiendo su área como saliendo disparado hacia la contraria sorteando rivales, tirando a gol o cediendo la pelota al compañero mejor situado para marcar. Se le nota que le gusta jugar, que ha nacido con un balón bajo el brazo, que le odien los defensas ‘físicos’, que siguen las instrucciones del técnico más crudo y se resumen en «Que pase balón, pero Vinicius, no. Cueste lo que cueste». Así que le muelen a patadas, lo que le cabrea, pero por poco tiempo ya que la sonrisa apenas abandona sus labios. Otra cosa es cuando los árbitros, al lado, no lo ven. Pero de eso hablaré más tarde. Jugadores así nacen uno, dos lo máximo, en cada generación, Pelé, Di Estéfano, Kubala, Cruyff, Messi, porque la mayoría se quedan por el camino por lesiones o instinto de conservación. Lo que no sólo empobrece el fútbol, sino le desnaturaliza. El fútbol europeo, y mundial, no es el foot-ball norteamericano, en el que está permitido utilizar tanto los pies como las manos y el resto del cuerpo para llevar la pelota al campo contrario, lo que da lugar a continuos revoltijos de gentes. con rotura de cervicales y otros traumatismos graves. No sólo eso: las cargas sólo podían ser laterales, con el hombro, al menos en los tiempos de Escartín, nunca por detrás y, menos agarrando por la cintura, como hoy es frecuente sin que se castigue. Con lo que llegamos a la peor tara del fútbol moderno. Los árbitros empiezan a ser un elemento disturbador del juego, no por lo que hacen, sino por lo que dejan hacer. Y no me refiero a los pagos millonarios del Barcelona al exvicepresidente de los árbitros, sino por su lenidad con las faltas que se cometen contra los equipos y jugadores punteros. No apunto a todos los árbitros, sino a parte de ellos, según una teoría que nada tiene que ver con la connivencia, aunque igual de corrosiva: al ser bastantes de ellos jugadores frustrados, tienden a convertirse en justicieros que ayudan a los menos afortunados al jugar con los más poderosos. Lo que es tan corrupto como comprar partidos. Un árbitro es el juez de un partido y tiene que actuar como tal. Pero algunos deben verse como bandidos generosos. Algo que puede acabar con el fútbol. Su remedio es fácil: sacar tarjetas amarillas o rojas en cada infracción, se acabaron los jugadores «físicos». Dudo, sin embargo. que prospere. Así que gocen de Vinicius mientras dura.