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Ucrania resiste doce meses después de la invasión rusa

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Los días previos al comienzo de la invasión de Ucrania transcurrieron como los libros describen la antesala de otras muchas guerras: con una mezcla de temor e irrealidad. Los tambores habían empezado a sonar las semanas previas, cuando la Inteligencia de Estados Unidos advirtió de la alta concentración de tropas rusas en las fronteras de la antigua república soviética; se hicieron más fuertes el 21 de febrero, fecha en la que el presidente ruso, Vladímir Putin, dio un dicurso en el que reconoció la independencia de Donetsk y Luganks, las dos regiones que integran el Donbass, y se atribuyó el derecho a defenderlas militarmente; y, por último, se desbordaron en la madrugada del 24 de febrero, cuando Putin saboteó una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con otra intervención televisada en la que anunció el inicio de una ‘operación militar especial’, el eufemismo con el que se ha disfrazado la crudeza de la invasión. En las televisiones, los corresponsales que realizaban sus coberturas en directo desde Kiev tuvieron que adaptar su uniforme a la fatídica realidad; los cascos y los chalecos antibala se conviertieron en la nueva indumentaria de los reporteros, y el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, también cambió el traje y la corbata por la vestimenta caqui de un hombre que ahora debía conducir a su país a la victoria. Como no podía ser de otra manera, la vida diaria de los civiles se amoldó a las nuevas circunstancias; los hombres fueron obligados a respaldar el esfuerzo bélico tras el anuncio de la movilización general, y otros muchos ciudadanos dejaron atrás sus casas para encontrar refugio en los países circundantes, donde se pusieron en marcha diversas intervenciones para la atención humanitaria. Primeros combates A través de las televisiones, los periódicos o las pantallas de los ordenadores, los ciudadanos de todo el mundo profundizaron en su conocimiento sobre la geografía ucraniana. La ofensiva rusa, que en una primera etapa se concentró en Kiev, Járkov o la central nuclear de Chernóbil, reanimó en el corazón de Europa el fantasma de la guerra. Los hombres del Kremlin alcanzaron uno de sus primeros hitos militares el 2 de marzo, cuando pudieron felicitarse por haber tomado la ciudad de Jersón; situada en la provincia homónima, se ubica a orillas del río Dniéper, y posee un alto valor simbólico, pues allí descansaban los restos de su fundador, el almirante Grigori Potemkin, uno de los personajes históricos más admirados por Putin. Aunque las tropas ucranianas recuperaron Jersón durante la contraofensiva de septiembre, Potemkin abandonó su ciudad; los rusos se llevaron sus huesos, en una declaración de intenciones de alto valor simbólico. Dos días después de que los hombres del Kremlin tomaran Jersón, lograron apuntarse otro tanto: el 4 de marzo, celebraron que se habían hecho con la central de Zaporiyia, la más grande de Europa, escenario de choques militares que durante varios días hicieron contener la respiración a los que temían que la guerra desembocara en una nueva tragedia nuclear. A pesar de esos primeros éxitos, las tropas rusas se toparon con una realidad que no esperaban; después de años de guerra, iniciada por los primeros combates en Donetsk y Lugansk en 2014 durante la insurrección separatista, el Ejército de Ucrania estaba mucho mejor entrenado y pertrechado. El apoyo decidido de Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Europea, y sobre todo de la OTAN, había dado un respiro al Gobierno de Kiev, que estaba plantando cara de manera efectiva a los invasores. Esa resistencia sorpresiva provocó uno de los primeros giros de guion de la contienda, con un reverso trágico; el 29 de marzo, las tropas rusas se retiraron de los alrededores de Kiev, lo que abrió el telón que hasta entonces había cubierto los horrores de la retaguardia. El horror Las primeras noticias sobre la matanza de Bucha, una localidad de la provincia de Kiev, llegaron el 3 de abril. Se trataba de hechos que no eran desconocidos en Europa, pero no por ello menos inquietantes: se habían descubierto fosas con centenares de cadáveres de civiles, muchos maniatados y rematados con un tiro en la cabeza. El rumor de los crímenes de guerra creció y se hizo casi insportable; los fotorreporteros retrataron con sus cámaras los cuerpos en estado de descomposición y las calles arrasadas por los combates, las primeras imágenes de lo que las tropas rusas llevaban realmente a cabo en las bambalinas de su ‘operación militar especial’. Esos escenarios se iban a repetir en los próximos meses, cada vez que los hombres del Putin abandonaran otras ciudadades que antes habían tomado. Occidente y el apoyo diplomático y en armamento El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, no está solo, como se encargan de recordar con frecuencia los mandatarios de varios países occidentales. Ese respaldo no se traduce solo en palabras bonitas, sino también en apoyo efectivo con asesoramiento, entrenamiento militar o armamento, elementos que no le están poniendo las cosas nada fáciles a los invasores rusos. El último episodio que ha demostrado la importancia de ese apoyo internacional es la negociación para enviar carros de combate a Ucrania. Los estadounidense Abrams y los alemanes Leopard 2 llegarán al país invadido en primavera. Los soldados ucranianos reciben ahora instrucción para utilizar de manera efectiva esas armas, a las que Zelenski espera sumar nuevos aviones de combate. Conocer los horrores de Bucha no detuvo a las tropas rusas. Los hechos trágicos se sucedieron: el 8 de abril, un ataque contra la estación de tren de Kramatorsk mató a 50 civiles; después, el 20 de mayo, Mariúpol cayó en manos del Kremlin; durante semanas, los hombres atrincherados en la planta siderúrgica de Azovstal resistieron con heroísmo el hostigamiento de los invasores, en un hazaña que mantuvo al mundo en vilo y causó admiración internacional a pesar de su desenlace adverso. El comienzo del verano no interrumpió las malas noticias, pues la caída de la ciudad de Lisichansk el 3 de julio consolidó la invasión rusa de la provincia de Lugansk, lo que acercaba a Putin a satisfacer su deseo de hacerse con el control del Donbass. A pesar de esas desdichas, el Ejército ucraniano logró llevar a cabo una contraofensiva a finales de agosto que le hizo recuperar Jersón y empujar a los rusos a la retirada. Los combates más encanizados se concentran ahora en la ciudad de Bajmut, en la provincia de Donetsk, ante el temor de que Putin lance una nueva ofensiva con la que sacar pecho en el primer aniversario de la guerra. 

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