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China y Rusia acordaron tres semanas antes de la invasión de Ucrania «una alianza sin límites», que aceleró la división del hemisferio norte en dos bloques rivales. El régimen de Pekín ha contemplado con preocupación el fracaso militar de Vladímir Putin durante este primer año de guerra. No ha apoyado a Moscú con armas pero, como ha recordado Robin Niblett, ha aumentado la importación de gas y petróleo rusos y le ha dado un respaldo todavía mayor al fabricar un relato favorable. Los medios de comunicación chinos justifican a diario la agresión rusa y señalan como culpables del conflicto a los países occidentales y en especial a la OTAN y a Estados Unidos. Esta narrativa influye en el centenar de países que no se han alineado con uno u otro bando, muchos de los cuales además reciben ayuda china para desarrollarse. La superpotencia asiática pasa por alto el impacto negativo de la guerra de Ucrania en la economía global. Por ahora le compensa absorber estos costes, porque en su estrategia a largo plazo aspira a contar con una Rusia dependiente y convertida en un aliado sin fisuras en el antagonismo con Estados Unidos. Xi Jinping no está sujeto a los pesos y contrapesos en el partido que limitaron el poder de sus antecesores. Esta acumulación de poder le permite hacer apuestas más arriesgadas y efectuar giros de guion sin rendir cuentas a nadie, como ha sido su abandono de la política de Covid cero. Pero si la economía china no mejora su débil crecimiento, comparado con el de otros años, Xi empezará a tener cada vez más problemas domésticos. Ayer China se pronunció a favor de un acuerdo político en Ucrania, repitiendo argumentos ya conocidos. Insistió en condenar un posible uso de armas nucleares por parte de Rusia y criticó las sanciones occidentales. Pero China no busca la neutralidad ni tampoco mediar. No tiene capacidad diplomática para ello y le falta credibilidad. No obstante, con estas declaraciones en las que no dice nada nuevo, deja entrever que la alianza sin límites tal vez no lo sea tanto.
