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Joe Biden acudió a Filadelfia este jueves para presentar su propuesta de presupuesto para el año que viene, pero su discurso fue mucho más que eso: esbozó el anticipo de la batalla política con los republicanos para su reelección el año que viene, con un mensaje económico basado en la subida de impuestos a los ricos y un fuerte aumento del gasto social. En esencia, plantea un gasto de 6,8 billones de dólares para el próximo año fiscal, con un aumento de cerca de cinco billones en impuestos para las rentas más altas. La propuesta presupuestaria del presidente de EE.UU . es ante todo política porque no se hará realidad: el control republicano de la Cámara de Representantes supone que nace muerta. Pero sí sirve para que Biden establezca un contrapunto con los republicanos en la antesala de la campaña para su reelección. Todavía no ha anunciado su candidatura a las presidenciales de 2024, pero es algo que ya se da por hecho y sus propuestas serán algunas de las principales trincheras en la batalla electoral. «¡Otros cuatro años»!, gritó un simpatizante invitado al acto, en un lema habitual para una reelección. El escenario elegido también tiene mucha carga política: en la principal ciudad de Pensilvania, uno de los estados más decisivos en las elecciones; y en un centro sindical, para subrayar su mensaje centrado en las clase media, la misma que abandonó con fuerza al partido demócrata y se entregó desde 2016 a Donald Trump, con quien Biden podría volver a verse las caras el año que viene. «Mi padre decía ‘enséñame tu presupuesto y te diré lo que valores’», dijo Biden al comienzo de su discurso. «Amigos, dejadme que os cuente lo que yo valoro con este presupuesto que presento hoy: que todo el mundo tenga las mismas oportunidades». La propuesta presupuestaria es una hoja de ruta para la próxima década, en la que el presidente de EE.UU. propone aumentar en 2,6 billones de dólares el gasto gubernamental y, a la vez, reducir el peso del déficit público en casi 3 billones de dólares. La fórmula para conseguirlo es engordando la factura fiscal para las grandes empresas y los más adinerados. Por un lado, establece un mínimo impositivo del 25% para las rentas de los grandes multimillonarios, que afecta al 0,01% de los contribuyentes e incluye todas sus ganancias, también la apreciación de activos. También recupera el tipo máximo del 39,6% -frente al 37% de la era Trump- para las rentas superiores a 400.000 euros anuales, a los que además eleva el impuesto para Medicare -el programa de sanidad pública para personas de bajos recursos- del 3,8% al 5%. Para las grandes empresas, eleva la presión fiscal del 21% al 28% y cuadriplica el impuesto para recompra de acciones. Biden habló de asuntos y propuestas que afectan a la clase media: el precio de la insulina, la fortificación de programas básicos y populares como la Seguridad Social y Medicare -la sanidad pública para jubilados-, becas estudiantiles, proteccionismo comercial… «Demasiado gente ha quedado detrás, tratada como si fueran invisibles», dijo. «Ya no, os prometo que yo os veré». Con tanto gasto añadido, el presupuesto de Biden puede contentar a muchos: dispara las partidas medioambientales, pero también las de defensa, con el ojo puesto en la ayuda sostenida a Ucrania y que prevé alargarse este año. La propuesta también sentará las bases de una batalla que se adelantará a la de la reelección: la negociación de la elevación del techo de deuda. Demócratas y republicanos tienen unos pocos meses de margen para aprobar una nueva partida a seguir en la monumental deuda pública de EE.UU. y los republicanos, liderados por el presidente de la Cámara Baja, Kevin McCarthy, quieren extraer recortes de gastos abundantes para dar su apoyo. El tono de la pelea quedó patente con la reacción de McCarthy a la presentación de Biden: calificó a su propuesta presupuestaria de «completamente falta de seriedad» y defendió que «Washington tiene un problema de gasto, no de ingresos».